Título: Dar permiso a lo sorpresivo e inesperado
Publicación: BrotaConsult
Autores: Carla García y Verónica Riera
Fecha: 18 de agosto 2020
¿Has desarrollado en tu mente una imagen de tu futuro ideal? Probablemente nos proyectamos en una casa con un gran patio, en familia, con el auto que más nos acomodaría, incluso con una mascota que divirtiera a nuestros hijos. Todo perfecto.
¿O tal vez, esa imagen de las vacaciones soñadas? Playa paradisiaca, con tu pareja, con un clima soleado y, por supuesto, siempre sonriendo.
Pero, ¿qué pasa cuando llegas al lugar soñado y el sol apenas asoma, te enfermaste y tuviste que guardar cama por varios días, o si discutieron con tu pareja y las comidas no eran lo que esperabas? En ese instante, te das cuenta de que el dibujo de brillantes colores se ha convertido en un paisaje desteñido. Probablemente comiences a sentir frustración, rabia, tristeza y un sin fin de pensamientos “sabía que no era el momento para esto”, “todo fue culpa de mi pareja, yo sabía que no era el mejor destino”,” esto me pasa por no ser precavida”…. Tanto tiempo planificando e imaginando, dinero y ganas invertidas en el viaje soñado y la realidad tiene la desfachatez de borrarnos la sonrisa inicial. ¿Qué haces? ¿Te bancas lo que queda de vacaciones, quejándote de la mala suerte, inundándote de malas vibras o te permites disfrutar lo que el camino te está mostrando?
De seguro que esta historia, para muchos, contiene tintes de realidad, y se proyecta hacia cualquier circunstancia que experimentamos, desde las más insignificantes, hasta las más grandes y que podrían “definir la vida misma”. Y es natural, nos pasa a todos y a cada rato. No podemos manejar todos los acontecimientos y, por más que organicemos cada detalle, la vida se encarga de mostrarnos, una y otra vez, que lo que cultivamos no es más que una ilusión de control.
Sin ir más lejos, la situación de la pandemia, que estamos viviendo, nos sacó de nuestro eje y mandó lejos nuestros planes y objetivos del año. Nada de lo que imaginamos de un “perfecto” 2020, probablemente, ha sucedido. Esta ha sido una experiencia masiva de “no control” y “aceptación de situaciones que parecieran ser adversas”.
Pero ¿cómo permanecer y llegar a apreciar esa experiencia, tal cual es, cuando sentimos miedo, rabia, ansiedad, incertidumbre, angustia, tristeza? ¿Cómo continuamos cuando la verdad es que nos sentimos incómodos, y queremos salir rápidamente y fugarnos de esta realidad?
Pareciera que no tenemos muchas alternativas: seguimos con un ritmo frenético de quejas y expresiones de mal humor, tratando de luchar contra esos molinos de viento representados en la “mala suerte” o intentamos dar vuelta la hoja focalizándonos en el presente, tú presente.
Tú eliges.
El mindfulness o atención plena no es una pócima mágica para salir de los problemas. Tampoco es un sistema que promueva la evasión de situaciones complejas. Podemos afirmar desde a experiencia personal que la práctica regular de la atención plena sí otorga recursos para cambiar la forma en la que nos relacionamos con dichos problemas.
La práctica de la atención plena nos permite ver el camino que va transcurriendo en el momento actual, en el cual podemos estar en paz con una situación no “perfecta”, transitándola tal como es, sin pretender cambiarla. Así, dejando que el futuro vaya llegando al presente, vamos tomando, una a una, las experiencias que suceden.
Eso no quiere decir no planificar. Significa planificar desde el presente, sin que nuestros deseos, expectativas, juicios o creencias nos limiten las posibilidades de acción y de disfrute de lo que va sucediendo, lo pueda o no lo pueda cambiar.
Cuando practicamos mindfulness buscamos vivir con una intención, más que vivir con un objetivo. El objetivo es rígido y por eso cuando no lo conseguimos se genera frustración y la sensación de que algo no hice “bien”. En cambio, la intención le da una guía a mi camino, le da espacio a la sorpresa, pudiendo aceptar e incluso disfrutar lo que sea que vaya ocurriendo.
La felicidad no está condicionada a si consigo lo que deseo tener, sino a la forma en la que me relaciono con lo que tengo ahora, con quien soy. Y un camino para cultivar la felicidad es a través de la presencia plena.
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